Las chicas de alambre by Jordi Sierra i Fabra
autor:Jordi Sierra i Fabra
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Juvenil
publicado: 1999-08-09T22:00:00+00:00
XVII
Era difÃcil no hacerlo.
Cuando llegué a la peluquerÃa de Ivan, uno de los templos parisinos de la modernidad, las modelos todavÃa no habÃan llegado de la comida. Llevaban un ligero retraso.
â¿Tú eres Jon Boix, el periodista español? Trisha me ha dicho que te dé carta blanca, asà que... a tu aire, sin problemas âme saludó el peluquero por cuyas manos pasaban las cabezas de las bellasâ. Ah, fÃjate en Marcia Soubel. Tiene sólo catorce años y es la benjamina. ¡Es la última sensación!
Me contó que las modelos llevaban desde las diez de la mañana en el lugar del desfile, una antigua estación reconvertida como por arte de magia en pasarela de la moda, en Neuilly. Después de cinco horas de ensayos, porque el desfile «era complejo» y la ropa «una pasada» âpalabras textualesâ, habÃan ido a comer y estaban a punto de regresar. Todo el equipo de Ivan estaba dispuesto para dejar a las dos docenas de chicas visualmente perfectas. Se percibÃa una contenida tensión.
No tuve que esperar mucho. Apenas cinco minutos. Alguien dijo:
â¡Ahà están!
Y se disparó la adrenalina.
La de unos, laboral. La mÃa, anÃmica.
Llegaron en un autocar. Exactamente diecinueve mujeres por sólo cinco hombres. Aunque ellos eran muy atractivos, me sonaron a complemento, a relleno. Ellas eran las reinas. Ellas eran el quid de la cuestión.
Y fue como si con ellas aquel mundo empezara a tener sentido.
Se desparramaron por las butaquitas de la peluquerÃa unas y por el suelo o por las sillas, a la espera de su turno, otras. No habÃa orden ni preferencias; todo dependÃa de la clase de peinados que fueran a lucir o la necesidad de un mayor o menor tratamiento estético. Lo curioso es que cada quien, desde ese momento, pareció saber cuál era su papel. No hacÃa falta un árbitro ni un director artÃstico, como en el desfile. Ivan, por su parte, se clonificó, multiplicándose para estar en todas partes. Y lo conseguÃa, sin prisas pero sin pausas, con una eficiente profesionalidad, producto de muchas horas y muchos pases y muchas...
Las observé, una a una, con detalle.
Y me quedé bastante impresionado.
No sólo una buena parte de ellas era de lo más normal, dentro de los cánones de la belleza, sino que algunas, por lo menos dos, eran incluso... feas.
Asexuada y escuálidamente feas.
CreÃa que enloquecerÃa mirando a tantas diosas juntas, el mayor número de mujeres hermosas por metro cuadrado reunidas ante mà a lo largo de mi vida, pero el primer golpe de vista fue demoledor. Algunas, sÃ, eran adolescentes o jóvenes que, hasta sin maquillar, brillaban con espléndida intensidad. TenÃan morbo. Pero el conjunto no pasaba de discreto. Llegué a pensar que el tal Michel de Pontignac las buscaba neutras, sofisticadas, extravagantes, pero no bellas. Tampoco habÃa ninguna Naomi Campbell, ninguna Claudia Schiffer, ninguna Eva Herzigova. Todas eran desconocidas para mÃ.
Me lo tomé con calma. Hice un primer contacto visual genérico, y después puntual. Comencé a pasear por entre aquel hervidero, sin interferir en nada, como me habÃa pedido Ivan. Trataba de ver, de comprender, y también de oÃr.
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